Cuando
las cosas no salen como se quiere o se persigue, o cuando el grupo que lidera
un taller desea acabar con las voces discordantes, o críticas, se suele ir a la aplicación "sensu
strictu” de las leyes, en en nuestro
caso es la aplicación de los llamados
Reglamentos Obedienciales, y eso los estamos observando en algunos problemas
expuestos en los foros masónicos.
Eso
de enrocarse en la aplicación a rajatabla de los Reglamentos es toda una
tentación que está como bastante extendida en el seno del desarrollo logial y
Obedencial.
Es
más, me da la sensación que cuando algunos acuden o invocan a los Usos y
Costumbres, o sea la Tradición, que debe formar parte de un taller junto los Reglamentos de la Orden, en forma de
Reglamento Particular, noto que hay como una cierta tendencia a pensar que se
está invocando una tradición que parece estar fuera de ciertas órbitas obedienciales
liberales, pues no es menos cierto que
hay quien adjudica esos Usos y
Costumbres como patrimonio exclusivo de
masonería ortodoxa, o mal llamada
“regularidad”.
Esto
de la ausencia de Reglamentos Particulares en la logia siempre nos afectará de
un modo u otro, y sería bueno que
estuviesen siempre presentes en la logia como ya he dicho conformando parte con
los Reglamentos Obedienciales.
Unos
“Usos y Costumbres” a modo de Reglamentos Particulares, que no estarán
evidentemente en contraposición con los Estatutos y Reglamentos de la Orden,
pero que ayudarán a la hora de organizar y articular un buen desarrollo de la
vida logial y que deben recoger los acuerdos y el ser y estar de la logia, para
que haya menos hueco a los personalismos.
Los
Usos y Costumbres significan recoger y
plasmar, unas reglas del juego a donde no llegan los Reglamentos y que
debe formar parte de nuestro bagaje a
trasmitir, y no es menos cierto que a
veces esos parámetros de uso y aplicación se pierden como una referencial vital
de la propia masonería.
En
este sentido quiero traer hasta este pizarrón un artículo de un Maestro Masón de la Gran Logia
de Francia, de cuya Obediencia me queda por decir que siempre se han
significado por tener una membresía de una alta talla intelectual, en general
muy equilibrados, es por ese motivo por el cual aporto el trabajo del Hermano
Jean-François Pluviaud, que publicó en el en el Nº 133 de Points de Vue
Iniciatiques, que es la Revista oficial de la Gran Logia de Francia., y que
viene a situar muy bien el contexto de la Transmisión y la Tradición y el papel
que juegan en la vida logial y cuya conceptualidad debiera empaparse esa
confección del Reglamento Particular de “Usos y Costumbres” logiales.
Dice
Pluviaud:
"La
Transmisión es una de las palabras fundamentales de la Masonería. Se nos
presenta como un deber inexcusable, una de las finalidades específicas de la
Orden. Como ocurre con la mayor frecuencia, le compete a cada masón (es algo
intrínseco a nuestro método) descubrir qué es aquello que está obligado a
transmitir, cómo debe transmitirlo y, sobre todo, a quién debe transmitirlo.
En
primera instancia, la transmisión tiene que ver con la perpetuación de la vida;
pero también, por extensión, con la perpetuación en el tiempo, a través de una
cadena de transmisión humana, de una idea o de un comportamiento determinado.
¿Qué sentido cobra entonces la transmisión en la Masonería? Un masón no debe
conformarse con cualquier respuesta a esta cuestión, con una idea vaga; pues
requiere de una reflexión para encontrar y dar el sentido correcto a la
palabras y a las ideas.
La
Orden Masónica halla su fundamento en una Tradición, que contiene y da
expresión a lo esencial de la vida iniciática y en particular a cuanto
concierne al papel y al lugar del hombre en el universo. La Tradición no es “la
Verdad”, objeto de la búsqueda de los masones. La Tradición es, simplemente, la
búsqueda de una respuesta para la pregunta primera que ya debió plantearse el
hombre al convertirse en sapiens-sapiens : “¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?”.
La
Tradición es obra de los hombres, lo que quizás no resulte demasiado
gratificante para algunos de ellos. Pero una Tradición es algo muy diferente a
lo que solemos llamar “las tradiciones”. La Tradición es original, fundacional;
las tradiciones contienen y expresan las creencias de un grupo determinado y
son generadas por ese mismo grupo; dependen de la existencia de éste, son
contingentes. A la misma pregunta, única, constante y universal, se ha dado una
diversidad de respuestas de diferente naturaleza y de ellas han surgido las
distintas religiones y, en consecuencia, las civilizaciones. En Occidente, la
respuesta más frecuente ha recurrido a la verdad revelada y al correspondiente
teísmo. Otras posibles respuestas se apoyan en postulados metafísicos y
espiritualistas acompañados de todo un sistema moral y del comportamiento y de
las implicaciones que de él caben deducirse.
En
la Orden Masónica los diferentes Ritos se prefiguran en función de las
tradiciones a las que están asociados, todas ellas interpretaciones específicas
de una misma Tradición primera y sus diferencias atañen también al modo en que
son puestas en práctica. La propia Orden es la responsable de la Tradición
fundacional, cuyo olvido o modificación supondría una desnaturalización del
pensamiento masónico en su conjunto y afectaría incluso al sentido mismo de
nuestro compromiso con él. La primera responsabilidad de la Orden consiste,
pues, en asegurar la transmisión de la Tradición, expresión del fundamento de
nuestro empeño y camino iniciático, de la doble naturaleza del hombre –espíritu
y materia-, y de la necesidad absoluta que éste tiene de restablecer el
equilibrio entre ambas naturalezas, si quiere cumplir su proyecto de
transformación de la humanidad.
Pero
si la Orden es la responsable de la Tradición, esto no implica que la haya
recibido en depósito oficial ni que sea su propietaria exclusiva. En caso
contrario no nos hallaríamos muy lejos de una forma de revelación,
acontecimiento totalmente antinómico con el hecho masónico. La masonería es una
propuesta que se hace a los hombres para que encuentren el sentido de sus vidas
y nunca ningún masón ha pretendido que se trate de la única respuesta posible o
de la única solución imaginable; es una vía entre otras, aunque su coherencia y
sobre todo las perspectivas que ofrece le confieren un atractivo innegable.
La
Masonería ha heredado un método que, a través de los siglos, se ha ido
enriqueciendo con cierto número de procedimientos, de maneras de ser que ya le
son propios y que suponen un modo de llevar a la práctica una metodología
iniciática universal. El conjunto constituido por la búsqueda de respuesta a la
cuestión existencial, más todas las implicaciones derivadas de esa misma
búsqueda –incluyendo elementos comportamentales- es lo que se denomina por
extensión como “Tradición masónica”.
La
Tradición de la que la Orden es depositaria ha sido elaborada a partir de una
interpretación propia de la Tradición primera, de una lectura específica de
ella, y de la tradición humanística de la que se reclama el pensamiento
occidental, con una mirada particular que nace de una sensibilidad también
particular. Quienes nos adherimos a la Masonería lo hacemos por afinidad con
esta visión de la naturaleza del hombre y de su misión existencial; una visión
con la que nos identificamos con precisión y que nos identifica, una visión de
la que nuestra Orden es depositaria y responsable, una visión que la misma
Orden ha construido.
No hay en ella presencia alguna de la
revelación: son los hombres, armados sólo de su inteligencia, de su “espíritu”
y su incoercible necesidad de saber, quienes han formulado las etapas de esta
búsqueda destinada a conjugar su angustia vital. Para el hombre que ingresa en
la Masonería, aquél que comienza a hacerse preguntas y, evidentemente, a
imaginar las respuestas sobre la naturaleza de sus mismos aspectos
constitutivos, se produce una especie de revelación a partir de este acceso a
la conciencia de sí mismo: la revelación de la idea.
Esta
Tradición, que constituye el alma y el corazón de la Masonería, es lo que debe
ser transmitido. Sin embargo, debemos tomar conciencia de que dicha transmisión
sólo puede realizarse en el tiempo, en el largo plazo, no en el espacio de una
sola vida sino a escala de todo el género humano. Para que pueda llegar a
convertirse un día en una realidad para todos los hombres, es necesario que
esta Tradición permanezca inmutable a través del espacio y del tiempo; por
tanto, es necesario que sea transmitida en toda su integridad y su
autenticidad. Y tal es la misión de nuestra Orden.
Para
asumir su elevada misión, a partir del principio anteriormente insinuado (“sólo
lo vivo transmite y sólo lo vivo puede ser transmitido”), la Orden masónica
hace vivir la Tradición en los seres gracias a la vivencia de los principios
masónicos. Al dotarlos de vida, la Masonería logra que esos principios puedan
ser transmitidos ya que “estar vivo” es la única condición indefectible para la
transmisión.
La
Masonería, por sí misma, no transmite nada: forma hombres, iniciados en la
vivencia de sus principios y son estos hombres quienes, a su vez, los
transmitirán a otros hombres formando una cadena de iniciados que, ésta sí,
asegura y garantiza la transmisión. No hay que confundir el principio fundador
y el mensaje que contiene en su seno (mensaje que, a pesar de las vicisitudes
de la Historia, debe mantenerse vivo y atravesar el tiempo) con los
procedimientos de formación del hombre en tanto instrumento de la transmisión.
Son procedimientos idénticos en su esencia pero contingentes en su forma. La
Masonería suscita y construye hombres que darán vida a los principios al
vivenciarlos, y así lograrán transmitirlos. Sin la acción de tales hombres la
Masonería sería letra muerta, una mera curiosidad intelectual.
Es
esta la Tradición que estamos obligados a transmitir como mensaje a todos los
hombres de buena voluntad.
El
deber de la ejemplaridad.
La
cuestión no es, pues, la de saber qué se ha de transmitir, sino cómo podemos
transmitirlo. Hoy, los masones dejamos a nuestros sucesores unos trazos e
indicios muy concretos: escritos, rituales, procedimientos.., lo que los
masones operativos denominaban un “saber hacer”.
Todo
eso es muy útil e importante, pero no es suficiente; porque, a pesar de todas
nuestras precauciones, ese “saber hacer”, ese método, se perderían o se
desviarían si no alcanzamos a transmitir su razón de ser. El conjunto de
nuestra Tradición no puede resumirse o traducirse a unos cuantos discursos,
palabras o escritos. Ser masón es un estado, una manera de pensar y de vivir.
El método adecuado para transmitir esta esencia es simple. De hecho, sólo hay
uno: vivir. Vivir la Masonería en todo cuanto implica. Lo que da forma a eso
que conocemos como “ejemplaridad”: Seremos creídos sólo si somos creíbles;
seremos respetados sólo si somos respetables.
Esta
forma de transmisión, la “ejemplaridad”, es la primera y más importante de
todas. Sin ella, sin los comportamientos que implica, todo resulta una simple
ilusión. Cualquiera que sean nuestros principios y teorías, no serán sino letra
muerta si no los practicamos, si no los vivimos.
Cada
masón está llamado a transmitir la Masonería viva. Y la transmitirá siendo él
mismo Masonería, pues los masones no somos, ni individual ni colectivamente,
más que transmisores, ejemplos vivos. Nuestros comportamientos son los
responsables de la supervivencia de la Orden.
Transmitir,
si, pero… ¿trasmitir a quién? Si dijéramos que a todos los hombres, diríamos
una profunda verdad. Sin embrago, tal respuesta ha de ser convenientemente
modulada.
A
los Hermanos masones, en primer lugar, además de los principios que constituyen
lo que podríamos denominar “la gran idea”, hay que transmitirles el método, los
usos y costumbres, los comportamientos, los procedimientos y el vocabulario de
la Orden. Esta transmisión intenta explicar el sentido profundo y la razón de
ser de nuestra manera de actuar y de comportarnos; y las razones que nos llevan
a adoptarlas. En una palabra, debemos explicarles la Masonería, instruirlos en
Masonería. Depende de nosotros que se conviertan en buenos masones, pues la
naturaleza y la calidad de nuestros discursos son con la mayor frecuencia
determinantes en la evolución de los demás. A ojos de los Hermanos, de todos
los Hermanos, somos enseñantes; pero enseñantes que no enseñan lo esencial y
que son conscientes de la imposibilidad de hacerlo. Ayudamos, señalamos el
camino, rectificamos… pero cada uno ha de recorrer su propio camino.
En
segundo lugar, en lo concerniente a los profanos, nuestro papel no es el mismo;
no podemos, evidentemente, mostrar la Masonería de la misma manera. Por
definición, los arcanos de la Orden, el detalle de sus procedimientos, debe
permanecer en el secreto reservado sólo a los masones. Hemos jurado no
revelarlos. El secreto es el fundamento mismo del método, del descubrimiento de
sí mismo conforme se va progresando. Revelar este secreto abiertamente, sin
ninguna precaución, supondría la negación misma de nuestro sistema.
Como
contrapartida, se puede decir algunas cosas, mostrar cuál es nuestro ideal,
expresar nuestros principios, recordarlos o proclamarlos, dirigirnos a lo que
hay de más elevado en cada persona.
Todo
esto quiere decir, una vez más, que la transmisión no puede existir ni
cumplirse si no es por medio de la ejemplaridad.
Cualquiera
que sea la calidad o la elevación de nuestros discursos, si las palabras no
están de acuerdo con los actos no servirán de nada. Logramos transmitir cuando
somos precisamente aquello que queremos transmitir, “mostrándolo” antes que
“diciéndolo”. Sin excluir por ello, obviamente, el decir: Hay que decir, decir
incansablemente… y mostrar, y poner al alcance de los ojos. Esta ejemplaridad
debe ejercerse en todos los dominios. No se pueden mantener dos actitudes
diferentes según se trate con masones o con profanos, pues no hay más que una
actitud posible: ser conforme a los propios principios.
Se
puede por tanto afirmar que es necesario transmitir y que de ello depende la
supervivencia de la especie, la pervivencia del espíritu; que no podemos
elegir, que estamos ante una necesidad vital. Al igual que transmitimos la vida
biológica debemos transmitir la del espíritu, de manera que ambos,
armoniosamente equilibrados, avancen a un mismo ritmo, que es la condición
esencial para la realización del progreso de la humanidad.
Debemos
transmitir nuestra Tradición, nuestra visión del hombre, de su papel y de su
lugar en el mundo, debemos transmitir el espíritu. A la pregunta: “¿según qué
método de transmisión?” sólo hay una posible respuesta: siendo ejemplares,
encarnando los principios que queremos transmitir.
Y
debemos transmitir a todos los hombres sin ninguna restricción, por cuanto
somos universales.
Debemos
transmitir un mensaje único en el espacio y en el tiempo. En el espacio, esto
es, en toda la superficie de la tierra, y en el tiempo, es decir, a todas las
generaciones futuras. Y en eso consiste nuestra misión.”
Jean-François
Pluviaud
Texto
recogido por Víctor Guerra MM.:.
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